«El hoy y el ayer» por Diego Ferriz

Manifestación ParísNuestro bloggero nos da su visión acerca del tema de moda: los atentados terrorristas sufridos en Francia la pasada semana. Ferriz apuesta por una línea de conciliación y convivencia basadas en el respeto mutuo para evitar llegar a un conflicto que vaya a mayores.

Ante todo, mi más sentido pésame a las familias de los dibujantes y redactores franceses asesinados por unos fanáticos islamistas como respuesta a unas viñetas en tono de burla y vejación: se sintieron ofendidos y violentados al ver que se menospreciaba y se insultaba a Mahoma, su profeta, y les mataron. La violencia extrema, la mires por donde la mires, es injustificable: mi más severa reprobación a los asesinos, autores de un crimen abominable. Que en paz descansen quienes tal vez se equivocaron y no cometieron delito alguno.

Pero seamos ecuánimes y razonables: en vista de los terribles precedentes –recordemos el caso de las viñetas publicadas en Dinamarca, reproducidas después en Francia-, yo no entiendo bien a qué se debe la provocación reiterada, teniendo en cuenta que los musulmanes no aprueban la representación de Mahoma, aunque sea elogiosa, y considerando que esos dibujantes, redactores y periodistas publicaron las caricaturas con fines comerciales, es decir, a cambio del dinero que ganaban como profesionales gracias a la venta del semanario.

¿Merece la pena arriesgar la vida a cambio de un sueldo? Yo creo que no. ¿Es éticamente admisible vejar a un profeta para hacer reír a la sociedad occidental, amparándose en la sagrada libertad de expresión? La justicia francesa resolvió que las viñetas sólo atacaban a los fundamentalistas, no a todo el Islam, mientras que en el Reino Unido prefieren abogar por la autocensura. No seré yo quien vuelva a burlarse de Mahoma, y no lo haré por varias razones: en primer lugar, no soy temerario sino prudente, y no me gustaría morir antes de tiempo. Pero es que, objetiva y moralmente, no gano nada ni me siento bien faltando al respeto a los fieles musulmanes, sean más o menos fundamentalistas, incluso terroristas.

Ellos nos consideran infieles y no tienen reparos en asesinarnos estrellando aviones, poniendo bombas o lanzando misiles. Lo sé. Pero nosotros, los occidentales de Europa y América, deberíamos tratar de dar ejemplo y promover un acercamiento en virtud de nuestra buena conducta, no avivar el odio o la guerra. Porque no tenemos más que hacer memoria para darnos cuenta de que, en el fondo, no somos tan distintos: ¿No es cierto que en occidente, hace no tanto tiempo, se condenaba a muerte a los herejes? ¿No es cierto que Galileo Galilei fue condenado en 1633 a prisión perpetua, arresto domiciliario después de su abjuración, por sus ideas científicas en contra del geocentrismo? ¿No es cierto que, unos siglos atrás, se usaba en las mujeres de Europa el cinturón de castidad mientras sus maridos acudían a luchar a las Cruzadas? Un autor del barroco español dijo: “Las mujeres son hechas para estar en casa, no para andar vagando. El llevarlas a fiestas mueve tal vez al que las ve; si son feas a desprecio; si son hermosas a concupiscencia”. Aunque no hay que irse tan lejos, sino repasar la historia española del siglo XX, para encontrar a la mujer marginada, vestida y cubierta de negro, “en casa y con la pata quebrada”.

Ahora las mujeres musulmanas, en algunos países, utilizan el burka, una aberración desde el punto de vista occidental. Seamos honestos y admitamos la realidad: hay un desfase temporal, de desarrollo y cultura, entre el occidente cristiano o judío y el oriente musulmán. Pero aun así, no somos especies distintas, somos todos seres humanos; vivimos en el mismo planeta y debemos compartirlo. El problema del conflicto judeocristiano-musulmán es de muy difícil solución, pero no imposible. Nosotros, creo yo, debemos tener paciencia y ser comprensivos en la medida de lo posible, en vez de jactarnos de nuestra superioridad ético-económica-militar y masacrarlos, tanto en sentido figurado como literal.

Por eso yo admiro a personajes como Barak Obama: en mi opinión, es el mejor líder posible de occidente; pasará a la historia como el hombre que acabó con Bin Laden, para su honor y gloria –lo primero que debía hacer, reparar el orgullo americano y ajusticiar al malvado-, y no está desatando nuevas guerras sino procurando tender puentes de acercamiento y comprensión.

La situación del mundo es extremadamente compleja, pero él lucha, como algunos otros, por acercar las posturas entre Israel y Palestina, conflicto crucial cuya resolución rebajaría muchísimas tensiones, o Estados Unidos y Cuba: aunque los disidentes de Miami, en mi opinión, están cargados de razones, no es menos cierto que la enemistad eterna no conduce a nada; seguramente la reanudación de las relaciones influirá en un giro beneficioso de la política cubana. Otro tanto podría decirse de los intentos diplomáticos emprendidos desde Estados Unidos para empezar a dialogar con Irán.

Seamos justos: condenemos a los terroristas asesinos y procuremos comprender el Islam, su evolución y coyuntura; si los musulmanes tienen sus creencias, respetémoslas en lo posible, oponiéndonos a sus ambiciones territoriales excesivas y su intolerancia, tratando de inculcarles la libertad y la democracia, los derechos humanos y la bondad del progreso, pero no les desafiemos en vano; no les provoquemos ni les humillemos desde nuestra riqueza y superioridad, porque entonces nos verán como a sus enemigos, se creerán legitimados para odiarnos y algunos de ellos, los más fundamentalistas, nos combatirán con sus armas. Luego nosotros les bombardearemos desde nuestros portaviones y destructores y la guerra será el cuento de nunca acabar.

Foto: Elpaís.com