Pablo Iglesias se está equivocando

El martes leíamos a nuestro bloggero Diego Ferriz dando su punto de vista acerca de la actual situación en España. Ahora es otro de nuestros bloggeros, Juan Novoa, quien escribe sobre la situación en la que quedan los cuatro grandes partidos después de la doble y fallida sesión de investidura y se detiene en la actuación del líder de Podemos, Pablo Iglesias.
El beso entre Pablo Iglesias y Xavier Domenech se ha convertido en la imagen de la sesión de investidura. Todo lo demás era previsible y como Iglesias no deja pasar la oportunidad de apropiarse de todos los momentos, allá se lanzó, en brazos de su compañero de mareas, ante la mirada inexpresiva de medio gobierno en funciones.
El resto del debate, lo esperado en cuanto al contenido, pero no en cuanto a las formas. Sánchez y Rivera salen reforzados en su intento casi quijotesco de derribar los molinos de viento de las matemáticas parlamentarias. No suman y no van a sumar y el horizonte tampoco les depara nada bueno. Ambos resisten en el puente de mando mientras la ilusión se desmorona sin otro motivo que el de los números. Sin embargo, el ejercicio del candidato Sánchez y su socio Rivera puede resultar rentable. Todos sabemos que Podemos está en precampaña de las nuevas elecciones desde que leyó más rápido que nadie que no había pacto, coalición ni contubernio capaz de evitarnos unas nuevas elecciones. También es, o era de suponer, que al PP le vendría muy bien el efecto segunda vuelta con el que el pueblo perteneciente al partido de Rajoy, por alguna suerte de derecho natural inconcebible, volvería al redil del partido de los recortes y la corrupción, como si la pérdida de 4 millones de votos hubiera sido una pesadilla antes de Navidad.
Pero resulta que Sánchez y Rivera se han encontrado, por primera vez en meses, con el viento a favor. Los vientos de la derecha porque ya no soplan en la popa de ninguna recuperación económica y además apestan a dinero negro y a financiación irregular. Si ya era difícil justificar el voto al PP el 20 D, ahora, con las heridas de Valencia y Madrid sangrando billetes de 500 a borbotones, se ha vuelto imposible. Sólo podía votarse al PP por el miedo a la izquierda, por el miedo a Podemos y a su amenaza de convertir Madrid en Stalingrado, pero esa sensación se la ha cargado Rivera con tres frases, que ni siquiera han tenido que ser brillantes. Rivera se ha quedado con el centro derecha, le ha enseñado a Rajoy la puerta de la jubilación y de paso ha mandado el mensaje de que él y los suyos saben muy bien cuál es su espacio. Y además están dispuestos a pactar, a negociar y a ceder. ¿Por devoción o por obligación? Nunca lo sabremos. Pero si los de Rivera hacen por fin una campaña electoral decente pueden quitar aún más votos a un PP que se hunde sin remedio, y yo diría que sin quererlo remediar.
El viento a favor de Sánchez se llama Pablo Iglesias. El líder de las izquierdas, el Mesías que venía a poner fin a la tradicional fragmentación de la izquierda ha descarrilado. Mientras las Mareas, cada una en su estilo, ofrecen ilusión y alternativas, el hombre que estaba llamado a ser el director de toda esa nueva orquesta se ha descentrado. Su jaque a la investidura fue una gran jugada. Lo dije y lo mantengo. Ofrecerse como Vicepresidente y pedir el máximo para colocar al PSOE en una situación sin salida obligaba a Sánchez a ponerse a trabajar contra reloj y sobre todo contra toda lógica. Pero hay que reconocer que el socialista, puede que con una buena dosis de la osadía achacable al que no tiene nada que perder, se aplicó hasta sacar con nota un acuerdo que numéricamente no vale, pero políticamente si.
Y a partir de ese momento Pablo Iglesias ha pasado de ser la esperanza de la izquierda a convertirse en un histrión que pierde credibilidad por minutos. Conviene apuntar que Pablo Iglesias ha creado un partido, pero no se ha inventado ninguna ideología. Con mucho mérito, porque lo tiene, ha sacado 5 millones de votos de la nada, pero en España eran muchos los que pensaban como él (a grandes rasgos, claro, no entremos en letras pequeñas). Cualquiera de los que andaban por la Puerta del Sol en el 15 M sabían cual es el problema y creen saber donde están las soluciones. Pablo Iglesias supo aglutinar aquel entusiasmo y crear una fuerza emergente pero se olvidó de que los que estaban en la izquierda cuando Iglesias entró en la facultad no necesitan que nadie venga a darles lecciones de mala hostia. La izquierda buscaba un líder capaz de ilusionar a la población como hizo González en los 80, pero no necesitan a un tío malhumorado que les explique cada diez minutos lo mala que es la derecha, lo malo que es el capital y lo vendido que es el socialismo del PSOE. Y Pablo Iglesias ha conseguido pasar de lo ilusionante a lo irritante en tres meses. Y lo que es peor, da la sensación de que es consciente de que se ha vuelto una persona antipática y no sabe cómo recuperar las sonrisas de los que apostaron por él.
El beso fue un gesto excesivo porque no fue espontáneo, del mismo modo que la alusión a la cal viva de González fue una frase fuera de lugar. Pablo Iglesias ha fabricado un partido que le supera, y no por su falta de capacidad, sino por creerse imprescindible, por haberse erigido en ese Mesías irrepetible y anhelado. Tal vez haya habido aduladores de más y tal vez los medios de comunicación, los a favor y los en contra, hayan desestabilizado su posición. No sé. Lo que sí se es que desde hace algunas semanas, Iglesias se ha vuelto un personaje. Más preocupado, parece, del efecto de sus actos simbólicos que de hacer lo que hay que hacer.
A Iglesias le queda la carta en la manga de pactar con Garzón para unirse con Izquierda Unida de cara a las generales de junio. Se trata de sumar un millón de votos que por efecto de la ley D´hont y del reparto provincial puede convertir sus 70 escaños en 120. Pero para eso tiene que seguir contando con las mareas y las mareas hace tiempo que se han dado cuenta de que viven mucho más tranquilas sin la ayuda del líder cabreado. Las Mareas, como Equo en su momento, y como otras muchas pequeñas formaciones que se integraron por las buenas o por las malas en Podemos, venían del deseo de confluencia, del deseo de construir, del anhelo de pactos enormes que permitieran mayorías sólidas que llevaran a cabo las reformas necesarias. ¿Pero quién va a confluir con un señor que insulta a todos los demás? ¿Y quién va a seguir confiando en alguien que se cree imprescindible no por su trabajo sino por su ideología? Iglesias se ha equivocado.
España necesita una nueva política, necesita arreglar muchas cosas y necesita, de paso, que el partido del Gobierno en funciones se retire de todas las instituciones, a ver si es posible salvar de la podredumbre algo en el seno de alguna de ellas. Pero la izquierda española no necesita líderes que establezcan criterios de pureza ideológica. Para construir España desde la izquierda, se necesita a toda la izquierda, y además, abrir la puerta a que el que no lo comparta, no se sienta amenazado. Iglesias se está equivocando.
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